Lujuria, para la religión cristiana, es uno de los siete pecados capitales en el cual podemos incurrir los seres humanos y se trata del apetito desordenado y sin límites de los placeres de la carne. Mayormente se lo asocia al deseo sexual incontrolable, aunque también se utiliza para designar el exceso o demasía que alguien presenta en algunas cosas; “por ejemplo, el nuevo centro comercial le ofrece a los turistas que se acercan una lujuria de aromas, prendas y artefactos electrónicos”.
El cristianismo además sostiene que la lujuria es un claro atentado contra uno de los diez mandamientos, aquel que reza: “no cometerás actos impuros”. Inclusive la Biblia hace referencia a este comportamiento y lo condena por supuesto.
En tanto, a la persona que manifiesta esta inclinación se la conoce popularmente como lujurioso/a.
La lujuria, además es normalmente comparada con la lascivia, que es la imposibilidad que se le presenta a alguien de poder controlar su libido cuando alguna situación se la despierta; quien padece de estas cuestiones casi seguro de estar observando una película condicionada empezará a pensar sin control en el sexo, es decir, todos sus pensamientos y quienes se presenten ante él, aun no teniendo nada que ver, pueden ser objetos de ese mencionado comportamiento.
Por otra parte, así como para los católicos la lujuria es una situación condenable, también, hay otras religiones que la desprecian y la intentan combatir, el hinduismo, por ejemplo, señala a la misma como uno de los cinco males del mundo.
Volviendo al cristianismo, esta religión considera que el deseo sexual ya de por sí está teñido de lujuria, esté o no esté vinculado al campo de la obsesión. Es tan importante la condena moral que la misma recibe en este tipo de contexto que ha llegado a desembocar en la prohibición, bajo todo punto de vista, de la existencia de relaciones sexuales por afuera del matrimonio en el caso de los cristianos.
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